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La Puñalada

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La Puñalada Empty La Puñalada

Mensaje por dghelprat 10/05/08, 02:54 am

Esta historia la escribió un amigo en el foro de un juego. Espero que os guste:


La puñalada

Conseguí escaparme de la última reunión del día alegando una gravísima jaqueca, cuando lo que tenía en realidad tenía en realidad era un calentón irrefrenable que pensaba aliviar sorprendiendo a mi novia con una visita inesperada. Ni siquiera fui capaz de esperar el tren de las siete, cogí un taxi y le indiqué la dirección mientras visualizaba a Montse sentada frente a su enorme mesa, siempre llena de exámenes pendientes de calificación y ejercicios por corregir. Me imaginaba a mí mismo tumbándola sobre la mesa y arrancándole la ropa interior de algodón blanco con ese suave olor a lavanda que tanto me gustaba.

Cuando por fin me encontré frente a la puerta de nuestro apartamento me sorprendió una agradable sensación de plenitud: tenía un buen empleo, un piso en condiciones y una novia preciosa a la que estaba a punto de hacer el amor. Cogí las llaves de mi bolsillo y entré en el apartamento.

Primero me sorprendió el silencio, luego un gemido que no sabía identificar... me asusté. Corrí al despacho de Montse esperando encontrarla trabajando como siempre, pero al abrir la puerta de la sala de estar la encontré desnuda sobre la alfombra, a cuatro patas, con los ojos cerrados y gimiendo. Un tío, que se parecía mucho al vecino del cuarto (pero así desnudo no me atrevía a asegurarlo), le estaba clavando una polla enorme le soltaba todo tipo de marranadas al oído. Me quedé helado: primero al ver a mi novia follándose a otro; segundo, la postura (ella siempre repetía que solo el clásico misionero era verdaderamente romántico) y tercero, por lo mucho que parecían estar disfrutando los dos. Realmente yo lo había intentado todo, pero Montse parecía frígida o algo parecido y sólo accedía a hacer el amor después de muchos ruegos y con todo tipo de condiciones: dúchate primero, no me aprietes los pechos, no me muerdas los pezones, hazlo despacio que me haces daño, bruto...

El vecino del cuarto abrió los ojos y me encontró mirándole con una expresión que debía ser la de un auténtico idiota. El muy cabrón ni siquiera se cortó, sonrió descaradamente y le dio un par de embestidas a Montse, haciendo que ella gimiera más fuerte y se retorciera de gusto. Me di la vuelta y salí del apartamento. Bajé las escaleras sintiéndome algo mareado y, una vez en la calle, pensé que lo mejor sería tomar un par de tragos en cualquier bar para tranquilizarme y analizar la situación. Es curioso como en un segundo todo puede venirse abajo. Caminé un rato, me metí por más y más callejones hasta que ya no sabía en que parte de la ciudad estaba. Olía a sal y a pescado podrido, así que debía estar cerca del puerto, pero no podía asegurarlo. Vi el letrero rojo de un bar y me gustó el nombre: La Puñalada.

Pensé que era perfecto para mi estado de ánimo y entré decidido a tomarme media botella de bourbon, como hacen en las películas.

Una vez dentro me sorprendió la poca luz que había en el lugar, de hecho no había rastro de bombillas sólo varios candelabros distribuidos a lo largo de la barra y algunas mesas. La barra estaba al fondo, así que crucé la sala intentando forzar la vista para ver si había algún cliente en las mesas. Me pareció que en una de las esquinas había una pareja sentada en un sofá, aunque sólo conseguí definir un par de sombras que se movían un poco. Me senté en uno de los taburetes y traté de localizar al camarero.
Estaba en una punta de la barra conversando con una mujer a la que no había visto hasta ese momento. Le susurró algo al oído, ella asintió, como si estuviera dándole permiso, y sólo entonces el camarero se me acercó. Me sonrió y me preguntó que quería tomar. “Bourbon, con hielo, por favor”. Me sirvió sin prisas, como si supiera que yo pensaba quedarme un buen rato. Bebí con algo de ansiedad porque quería empezar a notar los efectos del alcohol lo antes posible. Pedí otra copa, y otra, y otra. A la cuarta empecé a pensar que Montse no era tan maravillosa y que casi me había hecho un favor. Entonces decidí que ya había bebido bastante y que era el momento de volver a casa para decirle que lo nuestro había terminado para siempre, o para follármela a cuatro patas tal y como la había visto con el vecino, no estaba muy seguro de que era lo que prefería hacer.

Pedí la cuenta. El camarero me dijo, mientras señalaba el fondo de la barra, que la señorita me había invitado y que siempre sería bienvenido al bar. Me sorprendí muchísimo, no sólo porque no se que se debe hacer en este tipo de situaciones sino porque, al mirar bien a la mujer, me pareció preciosa. Decidí que a lo mejor mi suerte había cambiado y me acerque a ella.

“¿Puedo invitarla a un trago?”, pregunté. “Claro”, dijo ella. La miré con descaro mientras el camarero le servía un extraño licor verde con un fuerte olor a hierbas. La mujer tenía el pelo muy negro y brillante, liso y largo hasta la cintura. Su piel, exageradamente pálida, brillaba a la luz de las velas y los ojos parecían de un verde demasiado intenso para ser reales. “Me llamo Judith Lasombra”, me dijo mientras me tendía la mano para que se la estrechara. Estaba fría. Me fijé en el vestido que llevaba; era largo, de satén negro, con unos tirantes muy delgados, de aquellos que se rompen tan fácilmente, y un corte lateral que dejaba entrever unas piernas larguísimas. No se parecía en nada a Montse, que tiene pinta de californiana adicta al jogging y a las dietas de zanahoria. Judith me miraba directamente a los ojos con una expresión de hambre que me atraía y me asustaba a la vez. Se tomó su copa de un trago y me dijo: “Salgamos a dar un paseo” y me cogió de la mano, indicándome el camino hacia la puerta trasera. Al cerrar la puerta me encontré en un callejón igualmente oscuro. El olor a mar sucio era todavía más intenso y el calor asfixiante. Judith se me acercó, me empujó contra la pared y desabrochó mi camisa despacio. No decía nada sólo me miraba con sus ojos hambrientos y me desnudaba. Me besó, sus labios de un rojo extrañamente oscuro y con ese sabor a hierbas todavía en su boca. Su lengua jugueteó con la mía de forma lasciva, besos profundos como los del instituto, sólo que mejores. De hecho, toda la situación estaba empezando a parecerse a mis fantasías de adolescente: una preciosa y misteriosa mujer metiéndome la lengua hasta la campanilla y acariciándome el paquete por encima de los pantalones. Empezó a morderme el cuello y los hombros, hasta que llegó a mis pezones y los mordisqueó, primero con suavidad, luego con más fuerza. El dolor era maravilloso, algo nuevo y salvaje. Dejó mis pezones para seguir bajando, lamiendo la piel de mi abdomen y arañándome con sus uñas afiladas. Se arrodilló y empezó a desabrocharme los pantalones. No pude evitar ponerme tenso, ¡estábamos en plena calle, alguien podía vernos! Pero me olvidé de todo en cuanto se metió mi pene dentro de la boca y empezó a chupar. Ya no me acordaba de lo que era una buena mamada desde que empecé a salir con Montse, justo después de terminar el instituto. Su lengua se movía muy deprisa a lo largo de mi miembro, que ya estaba duro como una piedra. Se incorporó y me besó de nuevo, mientras se apretaba contra todo mi cuerpo. Luego dejó que la acariciara; el vestido de satén era suave y estaba hecho de una tela tan delgada que podía sentir su piel fría debajo. Le acaricié los pechos, tersos y firmes, de pezones pequeños y duros. No llevaba sujetador y, cuando le acaricié las nalgas, descubrí que no llevaba ningún tipo de ropa interior. Eso me volvió loco de deseo. La apoye contra la pared y la penetré allí mismo, de pie. Ella gemía de placer y cuanto más fuerte la embestía, más parecía gustarle. Creía que iba a correrme de un momento a otro pero de algún modo inexplicable conseguía aguantar y seguir penetrándola. Frené el ritmo y dejé que ella se moviera a su antojo. Se separó de mí un momento y se dio la vuelta, dándome la espalda. “Penétrame otra vez”, ordenó. Volví a entrar dentro de ella, primero despacio, luego más y más deprisa. “Muérdeme”, gimió ella. Y la mordí, mordí su cuello y sus hombros, mordí sus muñecas todo lo que estaba al alcance de mi boca. Le apreté los pechos, la aplasté contra la pared, y ella no dejo de gemir en ningún momento. Finalmente me corrí dentro de ella y fue el mejor orgasmo que había tenido en toda mi vida.

Nos quedamos pegados unos minutos, intentando recuperar la respiración. Entonces ella se apartó de mi me miró de forma muy intensa. Se acerco a mi oído y susurró: “Ahora me toca a mi”. Primero no comprendí a que se refería, pero en un segundo lo supe: primero me beso el cuello, suavemente, y luego me sujetó con fuerza a la vez que me clavaba unos dientes que no podían ser humanos. Noté cómo mi sangre empezaba a deslizarse por mi cuello y mi espalda y sentí como ella bebía. Lo extraño es que no sentí dolor, o quizás sí, dolor mezclado con un placer mucho más intenso que el del orgasmo.

No podría haber imaginado nunca que existiera una forma tan maravillosa de morir.
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Mensaje por Migster 11/05/08, 07:18 am

Buscate una peliporno y acabas antes pig jajaja
Vaya chorrada no?
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Mensaje por Tanis57 11/05/08, 07:42 am

Jajajajajajaja Luego soy yo el que mete con el por la historia xD jajajaja

Migter no te ofendas, buena contestacion Twisted Evil
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