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We will start killing

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Mensaje por Gael 15/05/08, 12:07 am

El fragmento de texto que van ustedes a leer se trata del testimonio de la séptima mujer asesina que bailó el "Cell block tango" de la película Chicago. Simplemente los directores decidieron suprimirlo por cuestiones éticas, ya que este testimonio es un poco más sádico que los otros seis.
Que lo disfruten:

“Todavía no sé muy bien por qué hice lo que hice.
Todavía no recuerdo con claridad qué fue exactamente lo que pasó… es como si en mi cabeza hubiese una niebla espesa que me impidiese recordar los detalles de aquella noche…
¿Que por qué estoy ahora aquí? Porque si sé que hice algo, algo que no debía, algo que nunca pensé que llegaría a hacer…
Y lo peor de todo es que no me arrepiento.

Y pensar que todo fue causa de aquel sentimiento amargo y traicionero al que llaman “amor”…

Si, yo amaba, o antes creía que amaba, hasta que maté por amor.

¿Describirlo? Solo puedo decir que lo que más me impresionó fue su mirada. Sus ojos eran dos pozos de misterio que me cautivaron desde el primer momento en que le vi; su mirada parecía atravesarme y leerme el pensamiento; solo era uno más, una persona como otra cualquiera en el mundo. ¿Por qué entonces mi corazón latía tan desenfrenadamente cuando me miraba? Es una pregunta a la que aún no he logrado encontrar respuesta.
Al principio me engañé y pensé que era amor, un “flechazo” como suelen decir los ignorantes… esa fue mi perdición.
Aquella llama prendida en mi interior fue creciendo y creciendo, haciéndose un hueco entre mis entrañas, devorando todo mi ser a su paso y cubriéndome con su manto de sombras. Pensé que no me importaría, pero al cabo de un tiempo empezó a agobiarme el hecho de que mi propio mundo interior se hubiese convertido en su rostro, que solamente pensase en él al acostarme y que su mirada apareciese en mis sueños.
¿Es esto lo que el resto de los humanos llaman amor? Me volví a preguntar. Pensé que sí, que ya no se trataba de un simple flechazo o capricho, que de verdad era él la persona con la que deseaba estar…
De modo que me lancé, o más bien lo intenté.
Como éramos amigos desde hace algunos años no me costó acercarme a él.

Fui directamente al grano, sin humillarme ni rebajarme a esos tonteos de adolescentes con hormonas en efervescencia. Simplemente quedé con él una tarde, ambos solos: salimos a dar una vuelta por ahí, sin rumbo fijo, hablando de cualquier cosa y riéndonos de chorradas. Finalmente, cuando ya estaba atardeciendo, me sinceré y abrí mi corazón, mostrándole que en verdad todo lo que había en su interior le pertenecía.
A pesar de no ser una persona que digamos romántica, he de decir que aquella tarde dije he hice cosas que nunca pensé que haría…

No, no hubo ningún beso.

Eso fue lo peor. Cuando terminé de explicarle, esperé a que me diera una respuesta. Fue tan solo un minuto, quizá dos, pero para mí fueron una eternidad, parecía que las manecillas del reloj volvían hacia atrás para retrasar más y más el tiempo de su respuesta.
Pero tal vez hubiese sido mejor que no dijese nada y se fuese.

Dijo que no era su tipo, que le “caía bien”, pero nada más, y que “lo sentía”

No, no fue solo eso. Después de ese rato tan incómodo y ese silencio tan tenso, intenté acercarme a él, solo para confirmar que nuestra amistad seguía en pie… pero cuando fui a tomarle la mano, él se levantó, esquivándome, y se marchó con la pobre excusa de que “tenía prisa”.
Aquella tarde estuve llorando hasta altas horas de la madrugada, ni siquiera me moví del lugar donde había sucedido todo, simplemente no tenía fuerzas para levantarme, pues sentí que en mi interior mi corazón se había roto en mil pedazos, sentí la sangre caliente y roja bajando por mis entrañas, desparramándose por el suelo en un torrente silencioso, mezclándose con mis lágrimas formando un riachuelo de penumbra y tristeza.


No, después de aquello vino lo peor: los días siguientes intenté hablar con él, más bien intenté que me hablara, que por lo menos volviese a mirarme a la cara. Pero al parecer todos mis intentos eran inútiles. Siempre tenía una excusa para marcharse, para cambiarse de sitio, para no salir… Creo que fue entonces cuando pasé de la fase de “amor” a la de “obsesión”. Me pasaba las horas muertas escribiendo notas en hojas de papel, notas dirigidas a su persona, en las que le decía lo que sentía y le pedía que por favor volviese a ser el de antes… hasta me pasaba las noches en vela, dibujando en los márgenes de los libros su rostro, sus ojos…
Hasta que pasé a la tercera fase, la locura. Un día dejé de faltar a clase, quería evitar verle, porque sabía que no me hacía nada bien. Empecé a aislarme de todo con el fin de sacarlo de mi vida, pasar página y volver a mi vida normal. Pero por más que huía, el recuerdo de mi cabeza no se marchaba, y las heridas de mi corazón todavía me dolían.
Así que, pensé, debe de haber otra manera de eliminarle completamente…

Si, resulta hasta gracioso que accediese precisamente aquella noche a salir conmigo.
Fuimos a dar otro paseo, como el anterior, solo que esta vez fuimos al campo. Casi era de noche y había luna llena, por lo que no nos preocupó la oscuridad y seguimos andando. Estuvimos callados la mayor parte del camino, intercambiando alguna que otra frase en el vano intento de sacar un tema agradable de conversación. En una de esas me preguntó que qué tal me había ido todo desde… le dije que había tenido rachas mejores, pero que como todo, al final acabas por pasar página y olvidarte. Parecía aliviado tras mis palabras, y empezó a hablar con más soltura, como si se hubiese quitado un peso de encima al cerciorarse de que esa noche no intentaría acercarme de nuevo a menos de medio metro de él.
Resultó paradójico y sumamente irritante que, tras confirmarle que ya me había olvidado del asunto, se acercase tanto a mí, incluso pasándome el brazo por los hombros en determinados momentos. Aquella falsedad acabó con mi paciencia.
Llegamos a un claro en medio de unos árboles, con la luz de la luna iluminando tenuemente la hierba y un viento suave meciendo las ramas y las hojas. El escenario perfecto.
Y… ahí es donde aparecen las lagunas de mis recuerdos. Recuerdo que le dije algo, pero no sé el qué, y por la expresión de su rostro no debió ser algo que le agradase
Después… recuerdo que estábamos en el suelo, muy cerca el uno del otro. Él tenía las manos atadas y una pierna le sangraba… luego… la imagen del brillo de un cuchillo al reflejar la luz de la luna… unos ojos que no eran los suyos, cuya mirada estaba cargada de ira… fue solo un instante, pero pude ver en ellos una expresión inhumana.

No, no me asusté para nada, supongo que en ese momento no me fijé demasiado.

Después vinieron los momentos más morbosos, por decirlo de alguna manera. Abrí su camisa, ajándola con ayuda del cuchillo. Su olor impregnó el ambiente, y me estremecí mientras bajaba la cabeza hasta su pecho, oliéndole y acariciando su cuello. Sentí el placer de verde temblando, forcejeando por liberarse de las ataduras y quitarme de encima (aún no recuerdo de donde saqué la fuerza necesaria para inmovilizarle y atarle, supongo que quedará como un misterio). El caso es que después tengo otra laguna… y a partir de ahí solo tengo recuerdos fugaces: gritos, risas, el olor a óxido de la sangre, el tacto caliente de sus tripas al sacarlas de su interior…

Perdona, es que esa parte no me gusta recordarla.

No, ya te dije antes que no siento remordimientos de lo que hice. Eso es lo que más me preocupa. A lo mejor las personas locas no tienen remordimientos… tal vez la verdadera locura llega cuando eliminas esa vocecilla irritante a la que llaman conciencia, de modo que ya nada te impide actuar de una manera o de otra…
Tal vez la locura en sí no exista y sea simplemente la ausencia de conocimiento del bien y del mal. ¿Tú qué crees?

Claro, tampoco se puede esperar mucho de una voz fruto de mi locura, supongo.
Por cierto, te quería hacer una pregunta. ¿Eres tú mi conciencia?

Lo suponía.”
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