Me voy

-Me voy
- … ¿Qué?
-Me marcho.

Esas fueron las últimas palabras que cruzaron. Después de esto se marchó, sin saber si quiera el por qué. Tal vez fuese porque este lugar era demasiado agobiante para vivir, tal vez porque necesitaba abrir sus alas y volar lejos, abandonar todo cuanto tenía, olvidar, y comenzar de cero con una nueva vida. Quizás fuese por cobardía, quizá quisiese huir de los problemas que no era capaz de afrontar, o porque allí había sufrido ya demasiado, hasta un punto en el que no era capaz de permanecer en aquel lugar en el que tanto daño le habían hecho.
De modo que se marchó, sin dar media vuelta, sin mirar atrás. Según había contado, no se había despedido de nadie, ni pensaba hacerlo. Solo se había despedido de una persona, aquella con la que estaba hablando, porque el destino quiso que se cruzasen antes de su partida. Pero la despedida apenas fue un intercambio de palabras frías como la escarcha, vacías de sentimiento como el aire; palabras huecas, sin emoción alguna, que salieron de su boca como si ya estuviesen programadas para hacerlo.
Aunque intentaba disimular, no pudo evitar mostrar en su expresión la tristeza de no poder solucionar las cosas de otro modo que marchándose, y la impotencia que eso le producía, seguida de una ira que apenas lograba controlar apretando los dientas y enjugándose las lágrimas.

-No quieres hacerlo.
-Sí que quiero.

En realidad no lo sabía, no sabía si quería de verdad marcharse para siempre, no sabía si quería abandonar su vida y empezar otra, o si solo necesitaba alejarse durante un tiempo de los problemas y tomarse un descanso. No sabía nada, salvo que no podía quedarse quieto, y como el ser humano aún conserva la estupidez y cabezonería con que fue creado en el principio de los tiempos, agarró lo imprescindible de su cuarto, objetos que de verdad tenían algún valor en su vida, los guardó en una bolsa de viaje y cerró la puerta de su casa de un portazo, dejando atrás todo cuanto le rodeaba.

-Adiós.

Su despedida fue cortante, dando a notar que no quería seguir con la conversación. La otra persona no insistió, pues a fin de cuentas, no era nadie a la hora de impedirle marchar. Si esa era su decisión, debería aceptarla y dejar que se marchase.
Vio cómo se subía al primer autobús, sin fijarse a donde iba, seguramente muy lejos. Pero, ¿Qué más daba ya? Se había marchado, el lugar no importaba... se había marchado.
En el momento en que ambos separaron las miradas y el autobús arrancó, sintieron en sus corazones las punzadas de una aguja, una aguja que estaba cosiendo con hilo invisible pero irrompible sus corazones, sus almas, sus vidas. Por muy lejos que estuviesen, ese hilo jamás se rompería, y a partir de entonces tendrían que vivir con la amargura de estar separados, y del dolor que ello producía, ya que los hilos tiraban con más y más fuerza a medida que se iban separando.
La pregunta es si sobrevivirían a ese dolor y se volverían a ver, o si, de lo contrario, acabarían muriendo desangrados por las heridas que les producía. Heridas que no son fáciles de cerrar, heridas que constantemente se abren, ya que cuanto más se separan, el hilo tira más y más…




un pequeño relato escrito una de las epocas oscuras que he tenido este año